La hija de las nubes
Sacó de su equipaje un reloj de arena. “Es para ti —me dijo—, para que dejes de preocuparte por el tiempo. Cuando el último grano llegue hasta abajo, dale la vuelta. Y nunca se acabará”. Eso fue lo que soñé la noche anterior a su llegada. La noche anterior a mi viaje soñé que la señora me daba un regalo de bienvenida. “Dentro de la caja hay una nube negra”, me dijo. Pensé que en cuanto volviera con los míos la dejaría en libertad, para que las gotas de lluvia resonasen con fuerza, igual que un tambor, al caer sobre la piel del desierto. Verano del 96 Amelia Cuatro años seguidos sin vacaciones, enlazando un programa con otro, sin fines de semana, horas y horas encerrada en la redacción o viajando de hotel en hotel. Qué más da el nombre de cada destino. Es incapaz de diferenciarlos. Las imágenes de pueblos y ciudades se deslizan por sus pupilas, pero nada se asienta en el fondo de sus ojos. Y de pronto, dos meses sin trabajo en la televisión —así funcionan los contratos por obra—. Una m