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Mostrando entradas de mayo, 2020

El náufrago

En un lugar infinito como el mar parecía imposible encontrar tierra firme. Agotado, siguió nadando para no perder la conciencia. Sus brazadas levantaban figuras de origami en la espuma blanca. Hasta que hizo pie. Una isla color canela acogió al náufrago. Se tumbó boca arriba y dio gracias a Dios. ¿A qué Dios? Él sólo creía en sí mismo. Y, como si la cólera divina le castigara por su soberbia, se formó un huracán. Cuando la mano dejó de agitar la cucharilla, el azúcar moreno ya se había disuelto. Pero el náufrago todavía estaba allí.

Alguien con quien hablar

Mi nueva vecina, la vieja del segundo, pasó junto a nosotras. Lucía me hizo una señal y nos echamos a reír. Se la veía ridícula con el bañador de lunares y su gorro de natación. Más que el atuendo, yo creo que lo chocante era la edad. Ella nos regaló su indiferencia y siguió caminando hacia el borde de la piscina. Se tiró al agua y comenzó a nadar a crol con un estilo impecable. Iba de una punta a otra sin parar. Juraría que yo nunca me he hecho tantos largos seguidos. Pasados unos días, mi madre me mandó que bajara a su casa. Se le había caído una camisa en su tendedero. Le dije que no. Todavía recordaba el asunto de la piscina. Pero me amenazó con contarle a mi padre lo del piercing. Según ella, resultaba horrendo en una señorita como yo. Me tenía tan harta que preferí obedecerla. El caso es que Tina, así es como se llama, me hizo pasar mientras ella iba a recoger la ropa. Me encontré en un salón de paredes blancas decoradas con cuadros de trazos inseguros. “¿Son de tus ni

Cantes de ida y vuelta

Se preguntó si todo habría terminado ahí fuera. No conseguía oír nada y su mala vista le impedía distinguir la posición de las agujas en la esfera de su reloj. ¿Cuánto tiempo llevaba esperando? Ahora se arrepentía de haber aceptado el homenaje. Sabía que lo había hecho por coquetería, por vestirse guapa, por pintarse, y por sentir de nuevo los aplausos del público. Pero no pensaba que la iban a dejar sola en el camerino hasta que le tocase salir al escenario. Es curioso; cuando era niña buscaba rincones vacíos; ahora, le daba terror la soledad. Empezó a identificar el rasgueo de una guitarra y recordó a su tío Pepe tocando en el patio. Todos en un corro haciendo palmas. Y ella reventándose por dentro, sin poder quedarse quieta. “Esta niña tiene duende”, le decían a sus padres, pero ellos preferían hacer oídos sordos. Después, por la noche, metida en la cama, buscaba ese compás que había sonado en la guitarra de su tío. Y no se dormía hasta que daba con él. La música llegó c