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Mostrando entradas de abril, 2020

Encerrados

La profesora de Candela nos telefoneó preocupada. Al día siguiente acudimos al colegio para hablar con ella. Pasamos al aula mientras la niña nos esperaba en el patio. No quería que estuviese delante. “Siéntense   — parecía un juicio oral —. Creo que su hija está atravesando por una etapa crítica. ¿Ha ocurrido algo grave en su familia?”. Mi marido y yo nos miramos desorientados. Entonces sacó las pruebas concluyentes: los dibujos de Candela. Yo no recordaba nada de eso. Demasiados años. Fue Manuel quien me lo contó durante el desayuno. Eran las diez de la mañana y acababa de llegar del trabajo. Llevábamos algo más de dos días sin vernos. Le noté agotado pero, en lugar de irse a dormir, se quitó la ropa, la echó a lavar y se dio una ducha rápida. Siempre que podemos tomamos juntos el café. Ahora guardando las distancias. Mientras me hablaba, me detuve en sus labios. Pensé en el jugo de granada y me entraron ganas de mordisquearlos. Pero ni siquiera nos rozamos ya. No es por

La fuga

Ahora “¡Trata de arrancarla!”, “¡trata de arrancarla, Carlos!”. Curioso, pero me echo a reir.   A escasos metros nos espera la libertad. Y el vocerío de Marcial me sitúa frente al televisor de mi casa unos veinte años atrás. En la pantalla, el Mundial de Rallyes. Luis Moya grita a mi tocayo mientras éste intenta que el coche avance. Pero la victoria se les diluye como una pastilla efervescente a punto, ya, de alcanzar la meta. Aquí no va a suceder igual. Piso con fuerza el acelerador y la furgoneta enfila hacia la salida de la residencia. Un mes antes “Órdago”, vimos las cartas y gané. El juego es así: se gana o se pierde. Pero Marcial parece no entenderlo. Y no hay quien se lo meta en ese cerebro de champiñón. Alguien subió el volumen de la tele y la discusión se apagó. Otra vez hablaban del coronavirus. Más contagios, más muertes. Nos daba un poco igual. Nosotros estábamos a salvo en la residencia. La partida, la siesta, la partida y el baile de los viernes por la tarde