Encerrados
La profesora de Candela nos telefoneó preocupada. Al día siguiente acudimos al colegio para hablar con ella. Pasamos al aula mientras la niña nos esperaba en el patio. No quería que estuviese delante. “Siéntense — parecía un juicio oral —. Creo que su hija está atravesando por una etapa crítica. ¿Ha ocurrido algo grave en su familia?”. Mi marido y yo nos miramos desorientados. Entonces sacó las pruebas concluyentes: los dibujos de Candela. Yo no recordaba nada de eso. Demasiados años. Fue Manuel quien me lo contó durante el desayuno. Eran las diez de la mañana y acababa de llegar del trabajo. Llevábamos algo más de dos días sin vernos. Le noté agotado pero, en lugar de irse a dormir, se quitó la ropa, la echó a lavar y se dio una ducha rápida. Siempre que podemos tomamos juntos el café. Ahora guardando las distancias. Mientras me hablaba, me detuve en sus labios. Pensé en el jugo de granada y me entraron ganas de mordisquearlos. Pero ni siquiera nos rozamos ya. No es...