El náufrago


En un lugar infinito como el mar parecía imposible encontrar tierra firme. Agotado, siguió nadando para no perder la conciencia. Sus brazadas levantaban figuras de origami en la espuma blanca. Hasta que hizo pie. Una isla color canela acogió al náufrago. Se tumbó boca arriba y dio gracias a Dios. ¿A qué Dios? Él sólo creía en sí mismo. Y, como si la cólera divina le castigara por su soberbia, se formó un huracán. Cuando la mano dejó de agitar la cucharilla, el azúcar moreno ya se había disuelto. Pero el náufrago todavía estaba allí.



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