Fragmento de las memorias de mi padre

 

Señorita Tere, no me importa que sea coja ni que tenga esos cráteres de luna llena en la cara. Algún día creceré y me casaré con usted. Si quiere, puede ponerse el vestido de novia que dicen que tiene guardado desde que la plantaron en el altar.

Firmado: Martín.

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1. Prólogo

Yo tenía siete años, aunque aparentaba menos edad. Mi cerebro crecía más rápido que el resto de mi cuerpo. Ella era la persona más dulce que había conocido en mi complicada vida. La infancia solo resulta hermosa cuando puedes comer más de una vez al día.

2. Miguel Strogoff

La llamaban “la Coja” porque arrastraba la pierna derecha al caminar un recuerdo perenne de la polio. La señorita Tere no tuvo muy buena salud cuando niña. Decían que era fea porque su cara también mostraba la memoria de una varicela voraz. Pero yo jamás había visto una mirada tan limpia como la suya. Tampoco olvidaré su voz: fresca y sugerente. Sus palabras atravesaban los barrotes de las ventanas para traernos imaginación. Cada tarde, el patio del colegio se cubría de nieve bajo los cascos del caballo del correo del zar. Después de sus lecturas, regresaba a mi vida corriente con la ilusión fortalecida.

3. Bizcocho de naranja

Nunca salí a jugar en los recreos. Prefería leer en clase las novelas que la señorita Tere me prestaba. Podría haberlas llevado a casa, pero allí no eran bien recibidas. Según mi padre, esos libros solo servían para perder el tiempo.  Además, ella también se quedaba conmigo. “Tareas pendientes”, decía. Entonces, sacaba del bolso un trozo de bizcocho casero envuelto en papel aluminio. Lástima que no tuviera apetito después de haberlo horneado. Así que, para que no se echara a perder, me lo comía yo.

4. Los regalos

Nos trasladamos a una ciudad más grande antes de terminar el curso. En la nuestra ya no había trabajo para mi padre. El último día que asistí a clase, la señorita Tere me dio un abrazo, el libro de Miguel Strogoff y un impulso para saltar al futuro. Me dijo que confiaba en mí, que era un chico muy inteligente y que mis ganas de aprender me ayudarían a alcanzar mis sueños.

Nota del transcriptor: La carta que he incluido al comienzo apareció entre las hojas desgastadas de aquel viejo libro de Verne. Supongo que fue la primera declaración de amor de mi padre.

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